jueves, 18 de agosto de 2011

La misa


Domingo cualquiera, 12:00 p.m.
La iglesia de la comunidad; misma que había sido levantada durante la conversión al catolicismo en  tiempos de la ocupación española.  Tenía un estilo antiguo, algo así como barroco diría alguien que no sabe de arte o arquitectura, otro diría que colonial; es igual. La campanada la daba el sacristán –Don Eliseo-, un señor viejo con cacarizos por todo el rostro. Era la llamada para la obra de teatro más antigua del mundo.
Arribaba la gente de la comunidad; todos fieles creyentes dispuestos a acudir a la hora semanal de purificación espiritual. Llegaban los ancianos, algunos fieles de toda la vida; otros dispuestos a purificar su alma llena de pecado en vista de la cercanía del ocaso. A la par llegaban las señoras, las que organizan toda la obra tras bambalinas; acomodar a los niños con las manos juntas, coordinar el coro celestial, seleccionar las canastillas de la limosna, proponer personas para las lecturas. Luego llegan las familias, las familias perfectas; los padres van por su ducha redentora, a los niños sólo les importa el final del acto. Todos van llegando, personajes importantes de la comunidad –Políticos-,-Empresarios-,-Religiosos-,-Artistas-, etc. El templo está adornado de una forma linda, al lado de aquellas estatuas con cara de sufrimiento y lágrimas hay flores frescas; recién cortadas. Nada que ver con las flores marchitas de las tumbas del panteón civil que está a dos calles, no interesan; los muertos no huelen las flores. Es un día especial, se celebra el cumpleaños del gobernador de la comunidad y la misa es en su honor. Todos sentados, llega el sacerdote –El padre Ricardo-. Respetado sacerdote de la comunidad, ha viajado en tres ocasiones al santuario supremo del monarca de la religión profesada. Parado en la puerta principal, acompañado de dos monaguillos. Porta un anillo de oro, un anillo gordo que todos le besan como ciervos fieles. Hay un niño de la comunidad –Juanito-, le pregunta a su madre –Mujer indígena-; -¿Por qué le besan eso al padre?-. La madre indígena le dice que se calle y no sea irrespetuoso. Juanito sólo atina a cerrar la boca, besar y observar una escena que no entiende, pero debe seguir. Todo está inundado de incienso, sale ardiente del incensario, las cruces de oro, los cirios derritiéndose y el coro comenzando a cantar una de esas letras que hablan sobre un hombre que subió al cielo. Se abre la puerta principal, todos voltean y se levantan como robots, sí. Como si tuvieran un botón que dijera automáticamente –Levántate-, sólo lo hacen. El sacerdote camina por el pasillo central como artista, político o lo que sea. La gente se siente especial al oler su aroma y al sentir su presencia, si el sacerdote de reojo los observa se sienten doblemente especiales. La gente se sienta en automático, todo orquestado pero no ensayado; una escena muy cómica. Juanito está parado al fondo, no alcanzó lugar; su lugar potencial lo ocupa algún político gordo que sólo hace acto de presencia por ser cumpleaños del gobernador. La mujer indígena se siente muy afortunada por presenciar a personalidades tan respetadas. Una vez terminada la procesión de entrada, comienza el sacerdote a saludar a la asamblea, posteriormente recuerda a todos el día tan especial. La celebración de un año más de vida del gobernador en casa del señor. Es así como comienza la homilía. Todo transcurre igual que un domingo cualquiera; comienza el sacerdote con el acto penitencial pidiendo humildemente por las faltas, posteriormente la gloria al señor; así da pie a la primera lectura. El elegido es un miembro distinguido del partido del gobernador –Gabriel de la Mora-, ha acudido con su esposa –Josefina Real- y sus hijos. Durante el pequeño camino de su lugar al sitio de lectura siente las miradas de los fieles; ninguno sabe que se embolsó millones en negocios turbios con empresarios que están en el mismo sitio. Es igual, es un miembro respetado y admirado. Comienza la lectura, -Primera lectura…. Hermanos dijo el viejo samaritano…. Entonces le dijo a Jacob el hermano de Esaú….-; él que había leído no había entendido ni un carajo, pero igual leyó y todos replicaron como robots –Te alabamos señor-. Posteriormente para la segunda lectura, acudió un reconocido empresario de la localidad –Don Ramón Castro-, distinguido empresario agropecuario que compraba toda la cosecha a los campesinos a precios de burla, pero él revendía a precios diez veces mayor. Acudía con su familia –La segunda-; la no oficial. La oficial se encontraba de viaje por Europa. Don Ramón Castro había sido el mismo que ya no le compraba su cosecha al padre de Juanito pues no le bajaba el precio, por ende el padre de Juanito se había ido de ilegal a EEUU a trabajar. Comenzaba la segunda lectura –Segunda lectura…. Ayudarás al prójimo…. Sabrás ser buen hombre-. Lo que es la vida, él leyendo sobre ayudar al prójimo y ser buen hombre. No importaba, para él ser buen hombre era ser exitoso en los negocios como fuese. Terminó y comenzó el evangelio, el sacerdote habló sobre el cumpleaños del gobernador y lo comparó con el profeta en humildad y trabajo; una excelente comparación de doble moral. Pasó y pasó el tiempo, seleccionaron a las personas para solicitar la limosna. Eran cuatro canastillas, una de las canastillas las tenía –Don Mariano-. El viejo usurero de la comunidad, pasaba la canastilla y la gente colocaba dinero; como si el tamaño de la denominación lavara más pecados. Pensarían entonces; si coloco mil entonces el supremo me verá con buenos ojos aunque de vez en cuando golpee a mi esposa. Si coloco quinientos entonces el supremo me perdonará mis infidelidades. Sí coloco tal cantidad entonces el supremo me perdonará el estar deseando a la mujer que está frente a mí. Juanito en cambio, no tenía nada. Pensaría que el supremo no lo iba a querer. Se recolecto bastante, recordar que había políticos, empresarios, entre otros. Era el dinero robado de manera moral siendo donado de manera moral, hubiera sido lo mismo que Juanito lo hubiera dado; claro está que no hubiera dado mil. Don Mariano se fue con la canastilla al final del templo y pensó en forma carroñera –Es igual, el supremo será mil pesos menos rico- tomando así algo no correspondido, bien dicen que –Ladrón que roba a ladrón-. Juanito había visto la escena y le dijo a su madre, a lo que ella sólo atinó a decir –Cállate-. Se llegó al rezo donde todos se toman de las manos y repiten lo que todos; las manos sudan, piensan en qué otra situación estarían tomando la mano de un extraño que no fuera esa situación. La concentración está en que termine el rezo para dejar de tomarle la mano al fulano horrible o al contrario, seguir tomándola pues –Me gusta-. Así, se llega a la comunión; Juanito ya no siente las piernas, le duelen y es que ha estado parado a la altura de culos y pubis. Llega el momento de la comunión, el momento donde el sacerdote actúa y se lleva a cabo la representación teatral más antigua, la de la última cena. Repite lo que millones han repetido a lo largo de los años, la gente se hinca y piensan en el perdón o en qué harán después de salir. Algunas personas al fondo están dormidas, nadie las ve. Otros observan el reloj, algunos otros piensan en el marcador del futbol. La fila para que te coloquen un trozo de harina de trigo en forma circular es larga, desfilan todos. Algunos con la cabeza baja pensando en sus pecados, otros observando a los hincados, otros tantos no piensan nada. Llegan con el sacerdote y dice –El cuerpo de….-. Observan el anillo de oro, consumen el trozo de harina; se sienten puros. Mientras, en el confesionario de al lado –Doña María- se confiesa, le gusta criticar e inventar cosas a sus vecinos, no lo puede evitar. El sacerdote le dice que puede rezar veinte veces el mismo escrito y -voilà-, el alma empieza de cero. La orgía de doble moral y mentiras está en su cumbre, muchos están listos para entrar en la cascada de la pureza y volver a las andanzas. Doña María sale, tranquila; observa a un joven con –Rastas-, piensa –Seguro es un drogadicto- y lo evita. El joven de las rastas es un turista, ha querido ver una misa de la comunidad por curiosidad pues pasaba por el lugar. La misa va terminando, algunos esperan el –Vayamos en paz-. Una pareja de hombre y hombre llegan de la mano a la puerta, la gente los mira como disparando con los ojos. Los dos son creyentes, deseaban pasar a dar –Gracias- por las bendiciones recibidas; no contaban con la cantidad de personas en el momento, ésos que los ultrajaban con la mirada de desprecio por ver la escena. Todos en un lugar donde se predica la paz y el amor; pero por dentro se predica el odio y la intolerancia. Al final, el anhelado –Vayamos en paz-. Algunos sienten la liberación de la cadena, la misma que los tenía atados desde que inició la misa, aplauden el espectáculo, se acercan al gobernador, toman fotos, el equipo de seguridad hace su trabajo y a punta de altanería alejan a los –Comunes- que desean tocarlo o al menos que los vea y sentirse que los ha visto y les ha sonreído, con esa sonrisa de campaña política. Todos le besan su anillo de oro al sacerdote –Pregonando la humildad-. Comienza otra orgía; la orgía de adulaciones. Juanito, sólo desea irse. Le duelen las piernas, está cansado. Hay que ayudarle al abuelo en el campo.

Jorge Mejía

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