jueves, 29 de diciembre de 2011

El mexicano

El mexicano es un hombrecillo allí; nace para reírse de su propia muerte.  El mexicano desde que aparece ya tiene un suplemento y éste es que el güey es mexicano, a huevo o qué se requiere más, ni madres.
De pequeño se le enseña a ser un chingón, siempre vive en gerundio: chingando. Ser un chingón, chingar, chingada madre y chingas a tu madre. Así se resumen su paso por esta tierrita, que lo ve nacer, lo ve chingar y lo ve morir. Cuando el mexicano es bebé, le inculcan los valores chingativos de su familia. Va creciendo, mientras chinga a otros niños, si el otro es más pequeño, más débil o más pendejo mejor; a huevo, mi hijo es un chingón. Siempre los madrazos, o sea los golpes; no por nada el mexicano se siente orgulloso de su boxeo, de sus campeones a base de rozar los huesos con la carne. El mexicano es bien cagado, es decir muy gracioso. Pues es incongruente y además guasón con su todo. Le gusta el valemadrismo; hablo de la indiferencia y el desgano por un chingo de cosas, mientras éste sigue chingando. La mamita del mexicano juega un papel fundamental, generalmente en su papel de santurrona, mojigata y beata. Mientras el papito va en el rol del cabrón, el machito y el sabelotodo o casi. El mexicano va creciendo, mientras se va haciendo más burlón, más “humilde” y más chambeador. Ni pedo, no queda otra como dicen sus cercanos. La chinga es la chinga y así vive su vida, con su gerundio tatuado bajo su piel morena, orgulloso de ésta pero a la vez segregacionista y embustera. El mexicano ama la caja idiota, es su razón de ser y estar; más de estar. Le gusta lo que le ofrecen y casi siempre lo acepta sin reclamo, para no meterse en pedos. Le ofrecen mierda, mierda ve. Le ofrecen romances módicos relucidos por personajes embaucadores y éste se la cree; pensando que su realidad debiera ser así. El mexicano es un personaje que vive para el futbol, es su todo, le encanta, lo disfruta y lo ama. Se transforma cuando su selección gana en la representación del circo romano. El mexicano vive al día, así le enseñaron, no hay más; se queja y queja pero es un granuja. Es huevón, un indolente cualquiera a la espera de un milagrito, de una ayudita de diosito. Siempre con sus diminutivos, esperando así, suavizar la ira de la virgencita, del santito o del diosito cualquiera. El mexicano es estupendamente y estúpidamente religioso, mezcla cultural del español y el indígena, el primero trajo su religión, el segundo poseía la fe. La mezcla perfecta para crear la certidumbre y el dogma del mexicano, siempre tan infundioso. El mexicano es cuentista, le encanta ese pedo. Le gusta mucho eso de: ahorita, ya veremos, te lo juro por Dios, neta; siguiendo con la lista de largas y más. El mexicano es de usos, le gusta lo cómodo y lo que la generalidad admira, simpatiza o apoya. El mexicano dice: “Este güey es un naco” pues le encanta catalogar, crear etiquetas en base a sus juicios más o menos fundados o que por allí escuchó o le contaron según él. El mexicano divide si está güerito o morenito; la plusvalía del güerito se lo lleva todo pues el otro es víctima de sus pigmentos con origen bastardo, más del lado conquistado que del conquistador; el conquistador es más valorado. El mexicano va a misa, siempre pensando en el arrepentimiento ulterior; ya consumado el pecado. Pues como dicen por allí “Lo bailado ya nadie lo quita”. El mexicano vive su vida en base a dichos populares, la abuelita del mismo le repite siempre lo que su abuelita le dijo que escuchó de su abuelita y así sucesivamente. Siempre con sus aforismos: Mar de muchos, consuelo de tontos. Matrimonio y mortaja del cielo baja. La ley de Herodes: o te chingas o te jodes. Son su catálogo de vida, uno dependiendo cierta situación, otro más cuando se requiere. Son sus consejos sin consejero. El mexicano es víctima de su propio sufrimiento, le gusta ser la víctima antes que ser victimario, así fue su origen y así lo corrobora. El mexicano no tiene memoria, le pesa tenerla; por eso no la tiene. No recuerda su origen, tampoco recuerda su historia, mucho menos pasado contiguo. Le gustar vivir pensando en qué sería si, en qué será cuando y cómo será. El mexicano es inconexo pues mientras pide a diosito, le gusta el desliz. El mexicano es ebrio, así olvida sus penas, dolores y sufrimientos. Le gusta zafarse la cadena de los viernes como un perro agresivo persiguiendo algo, para el lunes volver a sufrir; repitiendo lo mismo. El mexicano sufre el amor, le canta, le llora, le gusta sentir el desconsuelo y la tortura por corazones rotos, clavados duramente en sus lágrimas por el otro ser; el que dejó, el que torturó. El mexicano se ríe de la huesuda; la muerte. Así vive su vida, riéndose de todo, como un juego pues le vale madre.

J.L. Mejía


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